Montesquiou: profesor de belleza y soberano de las cosas transitorias


l otro día nos contaban en una maravillosa conferencia (de la que Mariano les hablará largo y tendido mañana) que los ingleses vestían según el clima del entorno. Montesquiou no era inglés, pero sus colores cambiaban en función la situación que le rodeaba. Meses atrás, cuando nos empezó a interesar la historia de los trapitos, descubrimos a un puñado de personajes que se convirtieron en únicos añadiéndole un par de detalles casi imperceptibles a su levita de Savile Row. Montesquiou no era habitual de dicha calle, pero sí un maestro del detalle. Hace unas semanas, nosotros decíamos que el dandi sólo podía ser inglés. Error. Montesquiou no era inglés, pero brilla en lo que Baudelaire llamó “el último destello del heroísmo de las decadencias”

Y, como los dandis, era odiado por muchos y amado por un puñado de elegidos que sabían leer la peculiar figura que se escondía tras un impertinente ramito de flores en la solapa. Entre ellos Proust. Y, como los verdaderos dandis, fue una celebridad de su presente y una sombra casi invisible del nuestro. Al contrario que Proust.

Por eso es una suerte poder conocer a este “soberano de las cosas transitorias”, como él mismo se autodenominaba, a partir de la correspondencia que mantenía con un Proust primerizo, aprendiz de esteta y admirador profundo de este “profesor de belleza”, como le gustaba llamarlo.

A través de breves fragmentos y artículos, descubrimos a un gran conocedor de cualquier manifestación artística de su tiempo y de todos los tiempos. Un crítico tan sutil como mordaz, tan discreto como guerrero, cuya vida, creada en torno a la belleza, no palidecía ante los cuadros y poemas de sus artistas más admirados. LEER MÁS

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