El leopardo de la medianoche, de James McClure, en el blog yonosoyfunes

El leopardo de la medianoche

La portada de la novela incluye una tajante frase de Kingsley Amis: «Hay más penetración, más vida y más arte en las novelas de McClure que en todos los autores respetuosamente reseñados en cualquier suplemento cultural». Suele ser el problema de los subgéneros -la novela negra, la ciencia ficción, la novela rosa-, que a veces esconden tesoros realmente valiosos que el establishment cultural se resiste a reconocer. Con todo, la Guía de la novela negra de Héctor Malverde, editada por Errata Naturae en 2010, no lo incluye en un valioso -hay quienes dicen que canónico- listado de autores del género. J.M. Coetzee -hay quien dirá que naturalmente- no habla de McClure en sus ensayos sobre narrativa sudafricana. Es que McClure es sudafricano, nacido en 1939, y le dio forma a su serie de novelas policiales protagonizadas por el teniente Kramer -afrikaner, es decir, descendiente de holandeses- y el sargento Zondi -bantú, es decir, negro originario- a partir de 1971; The caterpillar cop (traducida como El leopardo de la medianoche) es de 1972. Para más señas, en 1965 McClure se exilió voluntariamente en el Reino Unido y todavía escribe.
Se trata, pues, de una novela policial ambientada en la Sudáfrica del apartheid; y lo más interesante es que, aparte de ser una excelente novela de género, de una vitalidad que asombra (y por eso rescaté la cita de Amis), trata con singular maestría las tensiones derivadas de la segregación racial. Es decir, las asume de manera natural, sin ánimo de denuncia ni aspavientos de superioridad ética. En ese momento era la manera en que se constituía la sociedad sudafricana y McClure la muestra en toda su crudeza en  el tramado de barrios, jerarquías, idiomas y prácticas cotidianas de los distintos grupos raciales y culturales, con tal naturalidad que cuesta muy poco entrar en sus códigos y entender tensiones que a veces son muy sutiles. Porque, además, la trama de la novela es inseparable de la trama social y política del país, aunque discurra por tópicos más universales: la protección de la honra familiar, el mantenimiento del status, el brutal desprecio por las vidas ajenas si se trata de proteger el libre desarrollo de los cercanos. La novela comienza con un asunto clásico: hay un crimen que parece obra de un psicópata y, por tanto, muy difícil de resolver, puesto que la casualidad desempeñaría entonces un papel relevante. Un adolescente aparece asesinado con características rituales; un asesino sexual anda suelto es la conclusión fácil, pero un pequeño detalle revela que se trata de un acto planificado con antelación. Entonces comienzan a funcionar las herramientas clásicas de la investigación policial, las causas, los motivos, laq premeditación versus el azar. Entonces se muestra que lo diferente es el tipo de datos relevantes. Que el  muerto sea un adolescente afrikaner libera de culpa, en principio, a los negros; que ese adolescente blanco merodeara por barrios ingleses añade solo interrogantes. La reconstrucción del puzzle es tanto más atractiva en cuanto Kramer y Zondi deben agotar todas las variantes de ese tipo. La locura que se respira en el relato no suena, en ese contexto, nada de discordante.
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