"La deriva de la educación superior" en Librario Íntimo




Vivimos —y David Cerdá nos lo explica con profusión de datos en las páginas de este libro— una época muy preocupante para la universidad. El asedio de las tecnologías, la influencia mastodóntica del mundo económico, la idea corrupta de que se trata de una mera fábrica de expedición de títulos de cara al mercado de trabajo, el desprecio gravitacional por las humanidades… Son vectores que la desgarran, la erosionan y están provocando en ella una distorsión durísima pero, a juicio del ensayista, reversible.
La absurda consideración de que su tarea consiste en crear “una productiva armada de soldados para el entramado empresarial de un país” supone de hecho “confundir demanda social con valor social”. Porque lo que realmente tiene que ser la universidad es un espacio de preparación multidisciplinar, donde se forje la mente y el temperamento de los estudiantes, para convertirlos en personas formadas, críticas, dialogantes, versátiles, sensatas y desprendidas que sirvan como “dique contra la barbarie que siempre ha amenazado a Europa, y a cualquier sociedad que se sueñe libre, próspera y moral”.
Para alcanzar esa meta se deben cohesionar esfuerzos por parte de todos los estamentos sociales (desde el político que legisla hasta el padre que colabora, desde el profesor que enseña con entusiasmo hasta el alumno que se implica con esfuerzo en el proceso de aprendizaje), porque necesitamos personas formadas que sepan distinguir en todo momento “lo importante de lo secundario, y lo secundario de lo superficial, en un mundo que les entremezcla todas las sensaciones, todos los valores y todas las precedencias”. En ese sentido constituye un error rebajar el nivel para “democratizar” el proceso. Antes bien, todas las partes deben exigirse a sí mismas el máximo rigor, para que la zafiedad, la achicoria y la grisura no impregnen el ámbito universitario en el que ahora “tenemos muchos estudiantes soñolientos y necesitamos muchos soñadores”.

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